Hay que ver lo que da de sí una tarde, o dos, de domingo.
Un día, decides que ya está bien de pasar delante de caras queridas, de sensaciones agridulces y miras como cambiar todo de sitio, aunque no en el corazón, solo en el espacio de una pared.
Descolgar fotos, comprar marcos, revisar lo que quieres volver a ver y lo que no, lo que quieres olvidar o recordar cada día… a veces no es una foto, solo la sensación cuando la hiciste…
Decides que ya está bien de pasar delante de quien pretende olvidarte y lo metes en el trastero, lástima que no tenga… y al final lo que se hace es buscar otra ubicación.
La suerte, la gran suerte, es tener amigos, grandes, y poder dejar que ellos organicen lo que duele… aquí esta foto, aquí esta otra… menos mal que antes de eso hubo un cocido abundante, ideal para régimen… y el estómago no consintió en dejar pensar al corazón…
Luego un periodo de maduración, búsqueda de paredes, de espacios y una vez casi localizados, volvemos al domingo de comida y risas y a la parte dura, a ver dónde poner los marcos rellenos de memorias.
Hubo hasta un ligero vacile de insumisos, “ahora más arriba… más abajo… un poco a la derecha… pues ahí casi… más arriba….”
Madre Mía… como se aprovechan en cuanto pueden… demasiado cerca estaba la propiedad de otra persona, se me escapaba el manotazo, y lo avisé… pero, no puede ser, no se toca…
Gracias a los que ayudaron, a las ideas y a las risas, a quien está detrás de mí, quien va y viene, trae y lleva y no dice nada, a quitar hierro y a dar importancia a la amistad, de momento, lo único que rellena huecos.
Lo dicho, no hay nada como un domingo de fotografías.
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